En navidades, como en verano, afloran problemas que estaban solapados, y que salen a la luz con motivo de reuniones familiares. Este año mucho más reducidas. Muchas veces surgen discusiones provocadas por heridas no cicatrizadas en personas que desconocen que igual que las acciones u omisiones en todas las disciplinas jurídicas tienen plazos de prescripción, también en las relaciones humanas deberían existir, y muy inferiores a los habituales cuatro o cinco años de aquellas.
Pasado este tiempo, si no hay voluntad decidida al menos de una parte de las dos en conflicto el problema se puede prolongar, y se debe actuar con rapidez en evitación de lo peor. Le preguntaron a Bilardo, aquel entrenador del Sevilla del “al enemigo ni agua, ¡debés pisálo! ”, por un solo motivo de la rivalidad a muerte entre Boca y River. Respondió “ ¿Motivos? cuando dos hermanos no se hablan desde hace veinte años, ni ellos mismos lo saben”. Todos conocemos ejemplos de problemas escondidos que afloran con una primera chispa en reuniones familiares en estas fechas.
Resulta obvio que, como en todas las guerras, por soterradas que sean pierden todos, y gana lo que ni Bilardo desearía al River Plate: Las Insatisfacción, frustración, carencia afectiva y vacío así como la pérdida de estabilidad y sentido que encuentran sentido en uno mismo o en relaciones familiares puede intoxicar y extenderse a todo tipo de relaciones, familiares y extrafamiliares.
El proceso no pocas veces empieza por las consecuencias descritas, que pasan a ejercer de causas. Es decir, son precisamente la pérdida de sentido y el vacío causas desencadenantes tanto de comportamientos adictivos como de violencia, como esta que da la cara en reuniones familiares. En mi ocupación como investigador de mercados financieros, tengo experimentado que los especuladores capaces de diseñar sistemas predictivos con increíble proporción de acierto, tropiezan en su actividad de trading varias veces con la misma piedra por un sol motivo: El miedo. Y a mi entender, en fechas como estas, el miedo, si sí, ha leído bien, el miedo es lo que desencadena el conflicto que nos ocupa.
No hablamos de miedo patológico, aunque también puede existir y dar la cara especialmente en ocasiones como la que nos ocupa. Me refiero más bien al miedo por que salgan a relucir desde temas tabú como el fracaso en sus distintas vertientes o la soledad, las relaciones con personas del círculo familiar más estrecho, especialmente dañinos según investigadores del conflicto interpersonal cuando se comentan con ironía (*) hasta otros de menor calibre, e irrelevantes para muchas personas, como el aspecto físico o simplemente, temor a la opinión ajena acerca del mayor o menos gusto con la ropa.
En estos tiempos en que nos creemos tenerlo todo controlado en todos los sentidos, la mera posibilidad de un hipotético descontrol de las distintas situaciones que nos presenta el día a día, genera miedo, que se retroalimenta con el descontrol. A mayor descontrol imaginario, más miedo, y ambos se van engarzando en una cadena interminable de eslabones de miedo e inestabilidad cada vez más grandes. Si la cadena no se corta a tiempo, la imaginación se encarga de deformar los hechos u omisiones en la memoria y van anidando en la mente silogismos con conclusiones erróneas ¿recuerdan en filosofía de bachillerato? Aquello de “Los caballos entran en la cuadra, Juan entra en la cuadra, luego Juan es un caballo”.
Las consecuencias son cociente desproporcionado de numerador tiene en común la cerrazón, pero con distintos matices, cerrazón ante perdones rechazados, cerrazón agradecimientos no recibidos, cerrazón por deudas de diverso tipo no satisfechas, y por denominador común siempre el mismo, la otra parte anda a por uvas. Totalmente despistada y a veces desquiciada, sin pajonera idea de lo que está pasando.
Resulta ocioso comentar la invasión en la mente de una de las partes del conflicto o en ambas, de lamentos por el pasado, preocupaciones sobre el porvenir con nubarrones achacables a la otra parte… Pero convendría añadir un problema agravado a estas alturas de siglo. Apreciamos fenómenos de idolatrización de sí mismo por parte de millones de personas, patentes en redes sociales. De repente, el número de “me gusta” por parte de desconocidos ha suplantado al aprecio sincero del que todos estamos necesitados. Nadie quiere salir del anonimato, jóvenes y no tan jóvenes dedican horas y horas afanados en búsqueda de un reconocimiento donde rara vez se le reconoce nada a nadie, y por ahí fuera- fuera del único lugar donde eres o podrías ser protagonista y obtener ese reconocimiento como celebridad que tanto ocupa y preocupa inútilmente a tantos con sus blogs. Difícilmente se puede obtener afecto y reconocimiento por ahí fuera, como en casa, y sin gastar tiempo y esfuerzos dignos de mejor causa, al ser regalado en mayor o menor medida, solo por el hecho pertenecer al grupo reunido en la cena familiar.
Me dirán que no es tan fácil, porque por un lado, algunos familiares tienen memoria muy frágil para lo bueno, y muy engañosa para lo malo. Y por otro, tampoco ayuda el momento actual, con devaluación de la figura del padre y descrédito de figuras no totalmente extrafamiliares, la del maestro, a la fortaleza del vínculo familiar ni al aprecio dentro del mismo a un miembro que por sus logros, acciones u omisiones, supuestamente puede perjudicar al reconocimiento de ese ídolo en que muchos quieren convertirse. Otra vez el miedo, confitado en este caso con la envidia.
La solución al problema, mucho más profundo que meras manifestaciones como las discusiones en cenas familiares, pasa por una firme decisión de atajar por lo sano como cirujano en guerra, un problema urgente e importante. Habrá que plantearse ¿ Y qué pasa porque el hijo de fulanito pisó hace veinte años la bici de mi hija, hoy doctora en ciencias económicas. ¿Y qué perjuicio me produce que mengano cobre el triple que yo, y que haya percibido un bonus que duplica mi sueldo, porque su empresa ha salido fortalecida por el covid? Cuando no ¿Y de verdad me hace tanto daño perengano cuando se emperra con que el pollo al chilindrón se elabora solo con pimientos verdes y no con mezcla de rojos y verdes? ¿Tengo pruebas acerca de esas suposiciones acerca del “copia pega” de la tesis de fulanita? ¿y si la ha copiado qué pasa?
No, no importa absolutamente nada, y por el contrario, lo que sí importa mucho es la zona oscura del cerebro que utiliza la discusión como pretexto de un problema profundo exclusivamente mío. Conviene vacunarse contra este virus, cuya variante familiar es una de sus muchas y muy mutantes variantes. Lo que de verdad importa considerar es si es necesario o baladí ese reconocimiento que tanto ansío, y, en mi opinión, tener presente que solo lo puedo encontrar entre estos, aunque su hijo pisó la bici de mi hija hace veinte años, aunque cobre el triple que yo, o su empresa haya salido fortalecida por el Covid, o no desconozca la auténtica receta del pollo al chilindrón.
Por otra parte, conviene recordar que si no me propongo seriamente hablar con mis “contrincantes”, aparte de desperdiciar una ocasión de oro para recuperar la paz sin esperar dilaciones innecesarias que pueden agravar el problema, demostraré tener menos vista que un gato de escayola. Porque las próximas navidades, bautizos, comuniones, bodas, voy a volver a encontrarme con estos mismos, y merecerá la pena ser felices con ellos, alegrarme de sus éxitos y entristecerme por sus contrariedades, que nunca van a faltar. Y aún en el peor de los casos, es decir, cuando estuviésemos ahogados en el resentimiento justificado o menos justificado, merece la pena considerar que nadie inteligente, y menos aún astuto Berlín el de La Casa de Papel, el bueno más malo y malo más bueno que he visto en pantalla, o peor aún, ni el mismísimo Maquiavelo, serían tan torpes de buscar el conflicto con alguien de cuya felicidad en cierto modo, puede depender la mía.
(*) Ironía: Según los investigadores del conflicto interpersonal, tiene efectos mucho más perjudiciales y duraderos en el tiempo que la ofensa llana y directa. No pocas veces se identifica como rasgo de inteligencia, pero salvedad hecha de la ironía positiva y general, sin particularizar en nadie, como la flema británica, no siempre es así. La ironía como burla disimulada referida a una o a un grupo muy concreto de personas, lejos de ser indicio de inteligencia podría ser más bien lo contrario, y con independencia de la brillantez del planteamiento irónico, muchas veces genial, y francamente inteligente, sino por sus efectos, muchas veces difícilmente reparables. Recuerdo un buen consejo de un castellano viejo, con muchos años de doctorado en la universidad de la cárcel “Procura no emplear la ironía, el tonto no te la entiende y el listo no te la perdona”. Lo he podido comprobar en el lugar de trabajo, pocas cosas se perdonan y olvidan peor (disculpe el pleonasmo, porque son sinónimos) que una ironía.
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